«Un abismo de luz paralizada», primera antología de la poeta española publicada en la Argentina.
Damián C. López, editor rosarino afincado en la provincia argentina de San Juan, nos vuelve a sorprender, esta vez con una de las novedades del catálogo 2021. Se trata del libro Un abismo de luz paralizada, de la poeta española Lola Mascarell (Valencia, 1979).
Esta antología reúne poemas de los libros Mecánica del prodigio (2010), Mientras la luz (2013) y Un vaso de agua (2018), seleccionados por Juan López, el editor y la autora.
Al leer esta poesía, uno puede sentir que el idioma y sus artes están en buenas manos. La fe y asunción de las posibilidades del lenguaje nos mantienen a salvo de las imposturas del llanto, el berrinche, la autocomplacencia, el escepticismo, la pose hiperletrada o la fragmentación, vigentes o de moda en todas las épocas.
En el texto de contratapa, Carlos Marzal señala: «La poesía de Lola Mascarell, como la de todos los poetas importantes, consiste en una forma personal de intimidad con el mundo. Logra lo más difícil: la transparencia y la naturalidad al observar con hondura las cosas que nos rodean. Su obra es un canto a la naturaleza mediterránea, al universo doméstico, a los afectos que nos dan la vida, y a la propia literatura».
Sin darnos cuenta, comenzado el poema, la voz nos lleva de la mano a un lugar íntimo pero no por eso acogedor, aunque, de cualquier modo, hondo y verdadero.
Un color, una luz, una escena natural (paisaje), un recuerdo, una brisa inesperada o conocida, de pronto abren puertas a lugares imaginarios y a la vez más vitales. Como si nos repitiera: este suelo que pisamos, este aire que respiramos, esta luz que nos da forma no son solamente esto. Y entonces, su poder de evocación, de posibilidad y de incertidumbre nos lanza a un mundo de preguntas y reconocimientos.
Entre otras iluminaciones, pienso que la poesía de Mascarell es una resistencia exquisita y poderosa contra el ruido. Así, le cabe perfectamente esta frase de Alain Corbin, del ensayo Historia del silencio: *
«Es bien cierto que hay caminantes solitarios, artistas y escritores, adeptos a la meditación, mujeres y hombres recogidos en monasterios, mujeres que visitan tumbas y, sobre todo, enamorados que se miran y callan, que buscan el silencio y todavía son sensibles a sus texturas. Pero son como viajeros arrojados a una isla de costas escarpadas que está a punto de quedar desierta». (Alain Corbin, Historia del silencio. Del Renacimiento a nuestros días. Traducción de Jordi Bayod. Barcelona, Acantilado, 1999, p. 8).
No se advierte en esta poesía la postura crítica explícita ni velada ni la transgresión estética que rige de modo estacional desde las vanguardias del siglo pasado. Más bien hace carne, o letra, palabra, voz –sin estridencia gracias a su sutil y trabajado lenguaje– el axioma principal de aquellos poetas de principios de aquel siglo: fundir la poesía con la vida. Al entregarse sin rodeos, guiñadas elitistas ni piruetas formales, la palabra de Mascarell nos hace vislumbrar que la poesía sí puede ser hecha o experimentada por todos, es decir, que no es patrimonio exclusivo de quien escribe versos.
Por último, leyendo esta poesía volvemos a darnos cuenta de que, aunque nos creamos perdidos, la realidad (inmediata o imaginaria) siempre está «ahí», ofreciendo sus sentidos. Solo debemos animarnos a caminar y buscar. Y de que, por sobre todo, no estamos solos, como decía un gran poeta, «en esta búsqueda que nos salva, aunque no sepamos de qué».
Juan López, setiembre de 2021.